El nombre de la cosa
24 jul. 25
Recuerdo un viaje a Ibiza en el que, en el barco, un grupete cantaba cosas de Bob Dylan, eso sí, en versión libre. Recuerdo el "El hombre dio nombre a los animales, desde el principio, desde el principio". Y la parte en que decían "El hombre dio el nombre al ornitorrinco porque no encontró un nombre más raro".
Bromas aparte, las cosas no poseen nombre: se las ha dado la humanidad. Y, habiendo lenguas bien diversas, lógico es que haya cosas que, en una lengua, tienen un nombre que no tienen en otra lengua, donde viene agrupada por un nombre más genérico. O, peor, hay palabras que solo tienen sentido pleno en una lengua y, para referirse a esa cosa, en otras lenguas hay que recurrir a giros y expresiones más complejas que no una sola palabra.
El palabrismo llega a esa frase final de El nombre de la rosa, a saber "stat rosa pristina nomine; nomina nuda tenemus". La rosa prístina existe en su nombre y sólo tenemos nombres.
Y se exagera, como Ionesco, "Les paroles seules comptent. le reste est bavardage". Las palabras es lo que cuenta, lo demás (gestos, signos, silencios) es charlatanería.
Y se sacraliza cuando los poderes públicos decretan que EL nombre de un lugar es TAL y sólo TAL.
Veamos. Paseando por Nueva York, si hablaba con indígenas, yo decía New York, pero si lo hacía con mi amigo boliviano, no se me ocurría la pedantería de llamarla New York, cuando, evidentemente, era Nueva York si hablábamos en castellano. Y si estuviera en Roma hablando con italianos no diría Londres o París, sino Londra o Parigi. Y mucho menos diría Nápoles para referirme a Napoli.
Porque las cosas tienen nombres diferentes según la lengua en que se esté hablando. Ninguno de sus nombres es exclusivo... excepto cuando entre la política lingüística con toques nacionalistas. Entonces, el nombre de la cosa es el nombre que NOSOTROS le damos.
Así, la ciudad en la que viví mis 17 primeros años tiene ahora un nombre "Valencia/Valéncia". Pero también se llamó sólo Valencia o sólo València (ojo al acento, que indica hasta que punto estamos hablando del nombre de la rosa). Lo del acento es sólo para puristas pues indica vocal abierta o cerrada o subraya la esdrújula, cosa, sobre todo la primera, que se nota en el habla.
Mi forma particular de evitar la diferencia entre España y Estado Español (que, dicen, se referiría a cosas diferentes) es usar LAS EspañaS, creyendo que así se logra un compromiso en entre las cosas a las que refieren. Mi regla, en los demás casos, es dar el nombre castellano/español, según con quién esté hablando. Y cuando escribo, pongo Nueva York, no New York.
Y no se me ocurriría llamar Qhochapampa (llano de la llanura, en quechua/runa simi) a mi Cochabamba querida, ciudad de mágico encanto... a no ser que estuviera hablando en esa lengua, una de las que se hablan en Bolivia.
Estimado José María:
ResponderEliminarÚltimamente me he permitido adoptar dicha denominación (la de Las Españas) que me parece, como algunas dietas (que no regímenes) "sana y equilibrada". Espero que podamos coincidir próximamente, cuando estos calores locales y globales nos lo ponga más fácil.
Un abrazo,